viernes, 5 de octubre de 2007

Azul y los Treintañeros

"What a beautiful wedding! What a beautiful wedding!" says the bridesmaid to a waiter.
"And yes, but what a shame, what a shame, the poor groom's bride is a whore."
(PANIC AT THE DISCO - I Write Sins Not Tragedies)

Si hay en esta vida algo que realmente me irrita son los treintañeros. No todos, claro está. Sino el treintañero medio standard. El oficinista de pantalón pinzado, camisa adentro, zapatos náuticos, pseudopelada y panza de pachorra. El treintañero con celulete colgado en el culo y mirada soberbia. El treintañero resentido por ser treintañero y despectivo con aquellos que - afortunadamente - aún no hemos llegado a tal edad.
Siempre digo que, o tengo veintitantos o directamente quiero tener 40. Tener 30 implica estar a mitad de camino: ya no son jóvenes para el pelotudismo típico de los 20, pero tampoco tienen la experiencia de un tipo de 40. Están ahí. Ni tanto, ni tan poco. Ni chicha ni limonada.
Al llegar a los 30 la juventud desaparece - al igual que lo va haciendo paulatinamente la cabellera - pero no por esto aparece la madurez plena de alguien que ya pasó esta etapa demasiado intermedia de la vida. El problema es que el treintañero medio standard no cae en la cuenta de esto y su conformismo tipíco hace que nazca en ellos un sentimiento de superioridad fundado en la mera nada.
Este tipo de personas me irritan en todos sus aspectos.

Veamos la vida de un treintañero medio argentino:

Treinta años recién cumplidos. Trabajo pedorro en alguna oficina pedorra (en líneas generales), pero por el hecho de que implique ir bien vestido, ya da cierto status.
Bien.
El treintañero tiene una novia treintañera. En general, las relaciones estables en este rango de edad se dan entre treintañeros. El treintañero que sale con una minita de veintipico, se siente satisfecho con una buena garchada y punto. Ese es otro caso del cual ya hablaremos oportunamente.
Pero volvamos al treintañero con novia treintañera.
Pasados apenas los 30, los treintañeros se casan al mejor estilo tradicional.
Iglesia, novia de blanco, treintañero de traje con cara de imbécil viéndola entrar. Amigos treintañeros con novias treintañeras que después del casorio comenzarán a romperle las pelotas a su novio treintañero para ser los próximos. El novio treintañero pone cara de orto, pero anonadado con la fiesta de su amigo, en pocos meses accederá al pedido de su "gorda".
Y así sucesivamente hasta que en pocos años se formará un incipiente grupo social de treintañeros felizmente casados, que tienen sexo básico y sin parafernalias regularmente.
Pero volvamos al treintañero parado en el altar, con su escaso gato capilar engominado y su afeitada perfecta.
Los treintañeros salen de la iglesia, saludan a gente bien vestida (damas con vestidos largos de seda o razo - que no me pregunten por qué siempre están pasados de moda - con su respectiva chalina y sus peinados recogidos con rulitos o bien un brushing perfecto, y caballeros de traje). Reciben arrozazos. Emoción, saludos, abrazos cálidos y fraternales de familiares, amigos y otros.
Llega luego el momento de la partida hacia el salón de fiesta, previa sección fotográfica en el Paseo Victorica de Tigre, posando como las costumbres argentinas lo indican.
Entrada de los novios, múscia emotiva de alguna cantante melosa de los 90, palmas, lágrimas.
(NOTA: Nunca llegué a comprender en su totalidad esta instancia de la fiesta...Los novios entran, suena el tema lento de turno y se sucede un momento de incertidumbre total, donde nadie sabe qué hacer. Los invitados contemplan, mientras aplauden y alguno que otro treintañero - por lo general, rugbier - le grita alguna frase picaresca a la flamante pareja. Los novios miran a la concurrencia. Y así durante algunos minutos, donde todo, pero todo, pierde el sentido.).
En fin, volvamos a lo nuestro.
Video emotivo: fotos de cuando eran bebés, luego de más grandecitos, luego de adolescentes, etc., hasta llegar a las fotos de los treintañeros ya en pareja, juntos, posando en Mar del Plata con la Bristol o el Lobo Marino de fondo. Hablan madres, padres, hermanos y alguno que otro amigo íntimo. Les desean felicidad y "looo mejooorrr" al reciente matrimonio. De fondo suena un tema de Celine Dion o de U2, para los más "rockeros" o, en tiempos más recientes, de Coldplay. Más lágrimas. Más palmas.
Comida: entrada típica de creppes de verdura con salsa equis. Llega el primer round en la pista de baile: suenan los Autéticos Decadentes (infatable el "Vení, Raquel", "Los Piratas" o "Siga el baile, siga el baile") y otros clásicos de todos los tiempos. Segundo plato. Más bailoteo en la pista. Llega un mago, hace magia, cuenta chistes conyugales y sexuales que los niños no entienden. Risas. El mago puede ser reemplazado por un entertainer de otro rubro, como por ejemplo, Marcelo del programa "Hola, Susana" haciendo una coreografía muy varonil. Disfrute. Goce. Más comida, más baile.
Hora del carnaval carioca. Treintañeras y treintañeros bailan emputecidos, al ritmo del encima, encima, encima, encima, sempre assim! embaixo, embaixo, embaixo, embaixo...Samba!...de Janeiro! turú-rurú-rururú-rurú...Meneos varios. Suena la "Danca da Garrafa" y la temperatura sube entre los presentes. Más meneos. Una tía vieja y bastante excedida de peso quiere imitar el meneo sobre la garrafa que hacen todas las treintañeras, pero el resultado es una escena penosa.
Varios ya se han sacado los zapatos. Los niños duermen babeados sobre las mesas. La tía abuela ya está borracha. El tío macanudo también. Persigue a la tía y a la abuela con la banana de cotillón, con la corbata puesta de vincha y mucho sudor recorriendo su cuerpo. El tío borracho mira las tetas de las amigas de la novia. Los novios no dicen nada porque charlan entre ellos: "boluuudooo, me tomé dooos daikirisss..." "naaa...no podésss! tasss reee en pedooo!". El barman mirá y escucha las conversaciones resignado, mientras se pregunta por qué no aceptó el laburo que le ofrecieron en el boliche de los Arcos de Palermo, y mientras intenta cortarse las venas con un vidrio de un vaso que un treintañero alegre rompió sobre la barra.
En la instancia del baile, los más modernos incluyen en el repertorio musical bailable el infaltable punchi-punchi, con ritmos barilochenses recién importados de By Pass y sirenas que suenan y suenan, mientras la adrenalina y el nivel alcohólico sube y sube.
Fin de la fiesta.
Luna de miel típica. Playa, hotel, sexo normal. Fotos típicas, sonrisas y felicidad.
Dos meses después, la dulce noticia. Los treintañeros tendrán un nuevo integrante en su hogar. Más felicidad.
Nace el pequeño retoño y a la familia entera se le llena el pecho de orgullo.
Y así sucesivamente hasta que todos los treintañeros se han procreado rápida y felizmente.
Los padres treintañeros están orgullosos de su vida perfecta y armónica: trabajo estable en oficina, pequeño infante, Forda Ka modelo 2000, vacaciones en Miramar. O en Pinamar (uopa!). O en Disney. "Hay que llevar a los chicos a Disney..."
Colegio privado para los chicos, celuletes para todos. Y así monótonamente transcurre su vida hasta que el treintañero cumple 40, y de a poco la pelada se va volviendo más notoria, la panza ya es de vino, y -ops!- los nenes ya son grandes y no soportan a sus padres.
El treintañero ha dejado de ser treintañero. Atrás ha quedado el Ford Ka modelo 2000, hoy hecho poronga. El viaje a Disney son sólo fotos. Pinamar ya no da.
Y luego de una etapa plena y feliz, llega otra, distinta: los 40.
Y de quienes integran este simpático rango hablaremos más adelante...

miércoles, 26 de septiembre de 2007

Azul y los Universitarios

El día que empecé la universidad me lo acuerdo patente.
Yo había ido tranquila, vestida así nomás, con un cuaderno que ni siquiera era nuevo y una virome de las Chicas Superpoderosas. Nada más.
Buscaba mi nombre entre las listas que colgaban de la cartelera para ver a qué aula debía dirigirme, cuando de repente mis ojos comenzaron a verlos.
Eran ellos, los universitarios. Y los había de todo tipo, tamaño, forma y color.
Estaban ellas, las que llegan vestidas como si tuvieran 30 años -tal vez avergonzadas de tener tan solo 18 y en algunos casos incluso 17-, con su carpetita nueva en la mano, carterita muy aseñorada al hombro y esos taquitos que resuenan insoportablemente cuando caminan de acá para allá.
También estaban las otras. Las que parecen que salieron de trabajar de un cabaret o bien de Sunset, y van derecho a la facultad sin escalas, con sus pantalones ajustados, sus escotes prominentes en la mayoría de los casos, su maquillaje exagerado y sus infaltables botas taco aguja, por lo general de Ricky Sarkany, al igual que el jean sunsetero. De más está decir que era una obviedad evidente que la carrera que comenzaban a estudiar les importaba en líneas generales un cuerno, pero "la facu" es un lugar "muy copado para conocer chicos".
...
También estaban las que iban lookeadas tipo rockeritas para crear en un primer momento una identidad definida, que con el correr del tiempo yo descubriría que era falsa. Pero, qué mejor que acudir al rock y sus fetiches "para que nadie crea que soy una nerd total!".
...
Por el otro lado estaban ellos. La versión "rockerita palermícola" se repetía en el bando masculino.
También estaban los "chicos-bien-con algo de onda", que en realidad de onda no tenían nada, pero un pucho fumado muy al estilo James Dean les quedaba muy cool, y en general eran los primeros que hablaban con las chicas, que no por nada solían ser las gatúbelas de las botas taco aguja o, en menor medida, las rockeritas "babasónicas-post-Infame". Ellas llamativas, ellos accesibles y con poca personalidad. La combinación perfecta para la casa de Gran Hermano.
También estaba el típico chico normal con pantalón pinzado, zapatos náuticos, chomba o camisa y sweater de Legacy al hombro. Muy tipo rugbier sanisidrense, pero muchos ni siquiera habían practicado dicho deporte una vez en la vida. Este especímen de ser humano al principio da una apariencia seria, pero son los primeros que organizan la primera salida en conjunto con todos los del curso, para el primer viernes de la cursada. Y en esa salida te hacen ver que ellos fuman (tabaco y otras yerbas prensadas en poquitísima cantidad), toman alcohol (cerveza y fernet) y son unos "copados totales". A mí, en particular, esta tipicidad de universitario es la que siempre menos me agradó. De hecho tuve unos cuantos encontronazos con varios a lo largo de la carrera, que no viene al caso mencionar por el momento.
En fín.
Azul seguía allí, paradita, buscando su nombre entre la papelería colgada del corcho. Se encontró, subió al aula y claro está que fue la última en hablar con alguien. Mientras, observaba y observaba.
Pero no viene al caso qué pasó después, ni cómo fue el grupo de universitarios que me acompañó durante los primeros años de la carrera, ni por cuáles tipologías estaba compuesto, ni cuál era la que más predominó. Nada de eso importa por ahora.
Importa que en una fracción de minuto Azul ya había comenzado a catalogar a la gente.
Y ese hábito de catalogar, crear estereotipos y poner etiquetas tomó posesión de su mente y decidió no abandonarla por mucho tiempo.
Y en verdad no la abandonaría jamás.