miércoles, 26 de septiembre de 2007

Azul y los Universitarios

El día que empecé la universidad me lo acuerdo patente.
Yo había ido tranquila, vestida así nomás, con un cuaderno que ni siquiera era nuevo y una virome de las Chicas Superpoderosas. Nada más.
Buscaba mi nombre entre las listas que colgaban de la cartelera para ver a qué aula debía dirigirme, cuando de repente mis ojos comenzaron a verlos.
Eran ellos, los universitarios. Y los había de todo tipo, tamaño, forma y color.
Estaban ellas, las que llegan vestidas como si tuvieran 30 años -tal vez avergonzadas de tener tan solo 18 y en algunos casos incluso 17-, con su carpetita nueva en la mano, carterita muy aseñorada al hombro y esos taquitos que resuenan insoportablemente cuando caminan de acá para allá.
También estaban las otras. Las que parecen que salieron de trabajar de un cabaret o bien de Sunset, y van derecho a la facultad sin escalas, con sus pantalones ajustados, sus escotes prominentes en la mayoría de los casos, su maquillaje exagerado y sus infaltables botas taco aguja, por lo general de Ricky Sarkany, al igual que el jean sunsetero. De más está decir que era una obviedad evidente que la carrera que comenzaban a estudiar les importaba en líneas generales un cuerno, pero "la facu" es un lugar "muy copado para conocer chicos".
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También estaban las que iban lookeadas tipo rockeritas para crear en un primer momento una identidad definida, que con el correr del tiempo yo descubriría que era falsa. Pero, qué mejor que acudir al rock y sus fetiches "para que nadie crea que soy una nerd total!".
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Por el otro lado estaban ellos. La versión "rockerita palermícola" se repetía en el bando masculino.
También estaban los "chicos-bien-con algo de onda", que en realidad de onda no tenían nada, pero un pucho fumado muy al estilo James Dean les quedaba muy cool, y en general eran los primeros que hablaban con las chicas, que no por nada solían ser las gatúbelas de las botas taco aguja o, en menor medida, las rockeritas "babasónicas-post-Infame". Ellas llamativas, ellos accesibles y con poca personalidad. La combinación perfecta para la casa de Gran Hermano.
También estaba el típico chico normal con pantalón pinzado, zapatos náuticos, chomba o camisa y sweater de Legacy al hombro. Muy tipo rugbier sanisidrense, pero muchos ni siquiera habían practicado dicho deporte una vez en la vida. Este especímen de ser humano al principio da una apariencia seria, pero son los primeros que organizan la primera salida en conjunto con todos los del curso, para el primer viernes de la cursada. Y en esa salida te hacen ver que ellos fuman (tabaco y otras yerbas prensadas en poquitísima cantidad), toman alcohol (cerveza y fernet) y son unos "copados totales". A mí, en particular, esta tipicidad de universitario es la que siempre menos me agradó. De hecho tuve unos cuantos encontronazos con varios a lo largo de la carrera, que no viene al caso mencionar por el momento.
En fín.
Azul seguía allí, paradita, buscando su nombre entre la papelería colgada del corcho. Se encontró, subió al aula y claro está que fue la última en hablar con alguien. Mientras, observaba y observaba.
Pero no viene al caso qué pasó después, ni cómo fue el grupo de universitarios que me acompañó durante los primeros años de la carrera, ni por cuáles tipologías estaba compuesto, ni cuál era la que más predominó. Nada de eso importa por ahora.
Importa que en una fracción de minuto Azul ya había comenzado a catalogar a la gente.
Y ese hábito de catalogar, crear estereotipos y poner etiquetas tomó posesión de su mente y decidió no abandonarla por mucho tiempo.
Y en verdad no la abandonaría jamás.